Había una vez 2 amigas llamadas Gladiola y Orquídea que ya eran casi hermanas porque convivían mucho. Algunas veces les llegaron a comentar que si eran gemelas o hermanas, pues se parecían físicamente mucho.
Hubo una vez que decidieron salir de campamento, el cual era de su escuela, ellas iban acompañadas de sus compañeros y sus amigos muy inquietos como en algunas excursiones hacían juegos y en uno de esos juegos estaba el de semana inglesa, la ouija, la papa caliente y una que otra vez hacia su presencia el juego de la botella. Momentos después decidieron jugar la ouija, en ese instante que comenzaron a jugar uno de los compañeros se puso nervioso, su rostro mostraba terror y el compañero decidió ya no jugar; los demás continuaban jugando y de repente le hicieron una pregunta y al momento en que contestó se asustaron tan intensamente por ver una sombra pasar, lo peor es que ellos no sabían que era algún ser venenoso, todos gritaron y 2 profesores se mostraban asustados al igual que los alumnos, el chofer quiso tranquilizar a todos diciendo es una planta venenosa y más se asustaron, el empezó a contar una historia de terror en la que inició que en un callejón por la noche caminaban unas mujeres vestidas de negro con una cara muy tenebrosa con algunas cicatrices que marcaban bruscamente su rostro, con unos huaraches color verde y unos broches en ellos plateados, en la cintura traía una cuerda dorada.
En las manos de cada uno de los dedos se encontraba un anillo dorado, rojo y verde con una esmeralda cada uno, esas tres mujeres eran muy conocidas en el callejón porque antes vivían en una casa donde una vez que se metieron unos jóvenes a asaltar soltaron balazos y las mataron, de repente el chofer los asustó porque hizo un levantamiento inesperado y todos con lágrimas por salir de los ojos soltaron un grito. El chofer se empezó a reír y uno de ellos le preguntó: ¿de qué se ríe? El chofer sólo contesta con carcajadas dando a entender que eso nunca pasó.
Al final llegaron a su destino gladiola y orquídea fuero felices en su campamento.
Por: Melisa García Elizarrarás.
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